Sobre las traducciones de Tintín ya se ha comentado algo en cada título de la sección de Aventuras de Tintín, pero es interesante resaltar algunas curiosidades.
Cuando aparecieron las ediciones del medallón, en 1952, la traducción tuvo un comienzo sorprendente, puesto que el nombre de Tintín aparecía como Pepito en los borradores del traductor, una adaptación al castellano como mandaban los cánones de la época (recordemos a otro personaje con ese nombre, Pepito Grillo, el pequeño compañero de Pinocho). Milú fue Pancho y los detectives Hernández y Fernández también fueron bautizados inicialmente como Los Fernandos. Finalmente se corrigió semejante disparate antes de la publicación. El que sí quedó marcado hasta el año 1961 fue Tornasol, conocido como Mariposa hasta entonces.
El primer traductor conocido de las aventiuras de Tintín parece ser José Miguel de Azaola, al menos para El cetro de Ottokar. Podría ser que incluso ya hubiera realizado las traducciones de las ediciones del medallón, El tesoro de Rackham el Rojo y El secreto del Unicornio, o quizás se ocupara únicamente de las correcciones, ya que los borradores contienen numerosas faltas de ortografía y alguna gramatical. Para las primeras ediciones de La Isla Negra y La estrella misteriosa también es posible que se contara con una traducción de Azaola, proveniente de 1952, ya que son los títulos que Casterman tenía previsto publicar tras los medallones. Tanto para Ottokar como para Estrella, las segundas ediciones difieren levemente, por lo que podrían ser retoques realizados por Concepción Zendrera, la hija del editor propietario de la Editorial Juventud, José Zendrera, a la que no convencían mucho esas primeras traducciones. Concepción Zendrera se ocupó de las traducciones, además de ser editrora, desde el princpio, exceptuando los cinco casos comentados, y nos dejó a todos una huella imperecedera, ya que gracias a ellas conocimos a Tintín en nuestro país.
Como curiosidad, cuando la Editorial Juventud no recordaba al traductor (aunque parezca extraño, esto podía suceder), utilizaba un nombre genérico, que en algunas de las obras de Hergé en español aparece: José Fernández.